Leer una novela

«Hay que estar muy despierto y muy lúcido para leer una novela», asegura Muñoz Molina en un excelente artículo publicado hace algún tiempo en ELPAÍS. Yo añadiría que la necesidad es aplicable igualmente a cualquier lectura, acostumbrada como está la gente menuda actual a leer las pantallas en diagonal sin hacer demasiado caso de las letras que junta mentalmente. Así que hoy os recomiendo encarecidamente la lectura del artículo citado de Muñoz Molina, que trata de la lectura (y de las relecturas, que son necesarias e importantes) de la novela.

El libro que todos lleváis dentro…

Ahora que termina el verano y afloja el calor… no viene mal un poco de agua fría. Kate McKean dejó  hace unos días un cubo lleno de hielo para aprendices de escritores. De cualquier forma, hay zona de grises, pero no estaría mal que le echaseis un vistazo aquí. Las quejas y reclamaciones al maestro armero… :_)

Abandonar una lectura

Es otro de nuestros motivos habituales en vuestras quejas en clase. ¿Y a quién no se le caído un libro de entre las manos? No digo al estilo de las de Fray Luis de León, sino de aquellos otros volúmenes que justificaban la crítica de Clarín. Recordad: molesto el autor de La Regenta -y crítico literario, no se olvide- por la mala calidad de algún texto, recomendaba al autor del atropello que dejase las letras y fundase una familia. «Es que ya la tiene», le argüían. «Pues que funde otra», respondía quien firmó Pipá. ¡Ah, qué tiempos!

En fin. Para lo que abandonan libros, para que se quiten complejos y traumas, pobres, va aquí un artículo de José Antonio Millán en ELPAÍS de hoy, Cuando un libro se nos cae. Leedlo y veréis qué sorpresa. De nada.

Olvidar lo que se lee

Hooola. En breve comenzará el curso y uno se va poniendo ya en modo ‘docente’, tras esos días estivales dedicados a la investigación… sobre cuál es la mejor playa benicense y dónde sirven el mejor mojito a la orilla del mar. En fin.

Uno de los temas recurrentes en clase tiene que ver con la facilidad que tenemos (tenéis) para olvidar lo que se ha leído. Ante mi pregunta clásica, que suele tener que ver con el argumento del libro, siempre alguno de vosotros confiesa: «No me acuerdo», seguido de la excusa: «Es que hace mucho que lo leí». Viene después mi respuesta clásica: «Más tiempo hace que lo leí yo y sí me acuerdo». La diferencia nos llevaría a estudiar cerebros y educaciones distintas, de forma que unos recuerdan ofensas y otras naderías espartanas de por vida, mientras que otros tenemos la facilidad de ignorar a ignaros dianenses y la virtud de recordar libros. Sobre esa virtud (o vicio) va el post de hoy, un artículo de Aloma Rodríguez publicado a finales de julio en ELPAÍS y cuya lectura os recomiendo. Siempre olvido lo que leí, (ELPAIS, 22 de julio de 2018).

De nuevo sobre el bestseller

Muy bueno. Muy bueno el artículo de ayer de Carlos Zanón en Babelia. Podría habeese titulado de otra manera, algo así como «Por qué los bestsellers son mala literatura contado con sencillez». Precisamente por eso quiero que lo leáis: no tiene nada (o casi) que no se haya dicho en clase, pero  quizá alguien ate algún concepto que le ha quedado dislocado. Felices Fiestas.

Premios literarios… again

Con frecuencia hablamos (y hablábamos) de premios literarios en clase. Antes solíais ser vosotros quienes preguntabais, atacados de ego y dispuestos a llevaros la vida literaria (y la otra) por delante. Últimamente tengo que hurgar yo un poco en las conciencias y dar la pauta para que alguien toque la tecla. Después… ya sabemos: primero bocas abiertas, más tarde sonrisas cómplices y alguna que otra cara que no perdona que le hayan quitado la flor de la inocencia… En fin. Para que recordéis parte de lo hablado (sólo una pequeña parte, y escorada), tenéis una colaboración en el Babelia de ayer (leedla aquí) sobre este tipo de galardones. A tenor de lo dicho en clase, hay no poco que añadir y mucho que completar en lo que escribe Maribel Marín, a quien se le habría agradecido más chicha, más documentación y una mayor valentía. Que este país ya no es lo que era. Ni EL PAÍS, como desgranamos en el aula con cada vez mayor frecuencia.

Permitidme que sea pesado…

Ya sé que estas semanas os he hablado bastante de la importancia de la lectura en papel frente a leer en pantalla. Se da la circunstancia de que el fin de semana ha sido pródigo en textos que tratan del asunto en prensa. El cuadernillo central Ideas de El País es de lo poco potable que queda de este periódico, y hoy trae un jugoso suplemento («El papel no está muerto»), con dos artículos bien interesantes, uno de Joseba Elola («Quiero leer en papel») y otro de Facundo Manes («El cerebro persigue las palabras»). Más sentimental es el de Alberto Manguel, que tenéis allí mismo también. Y en «La zona fantasma», la serie de Javier Marías en el EPS, «Por qué leeré siempre libros» (este no accesible en red, de momento). Y, ya puestos, busquen «El Mal imaginativo», también de Marías. Leedlo todo, en fin, aunque sea en pantalla :-).

Salutación del optimista

Bienvenidos a este nuevo curso académico, gentiles y ‘gentilas’ periodistas. Estoy deseando llegar a clase el lunes y conoceros en persona. Mientras tanto, algunas ya habéis escrito con dudas y preguntas: se responderá todo puntualmente, con mayor o menor éxito, me temo.

Hoy, para hacer ojos -Umbral hacía dedos, recordemos- os recomiendo dos textos aparecidos en Babelia (03.09.16), pp. 10 y 12, respectivamente. La primera, una reseña de José Antonio Torreblanca a La desfachatez intelectual de Ignacio Sánchez-Cuenca: sugiero leer primero el libro y pasar después a la reseña, que sorprende por la ceguedad en ciertas ocasiones («De ahí que sorprenda la aspereza…»). Y para vosotras, futuras periodistas, un ejemplo que ya hemos comentado en clase en alguna ocasión: Katharine Graham y su Una historia personal. Sobre cómo alcancé el periodismo en un mundo de hombres, que publica ahora Libros del K.O junto a otras joyas que -también- comentamos en clase en años anteriores. No dejéis de leerlo, porfa.

Y ojo al acento del «cómo» del título anterior , que es necesario. Nos vemos el lunes, con el demonio meridiano 🙂 .

Antigua modernidad

Hace unos días, el excelente Vila-Matas recordaba en su columna de El País un brillante artículo periodístico de 1823, «El arte de convertirse en un escritor original en tres días», de Ludwig Börne, que parece, efectivamente, redactado hoy mismo, como dice el escritor. La receta es la siguiente:

Tome hojas de papel y durante tres días sucesivos escriba, sin falsedad ni hipocresía de ninguna clase, todo lo que le venga a la cabeza. Escriba lo que opina de sí mismo, de sus mayores, de la guerra de Turquía, de Goethe, del proceso criminal de Fonk, del Juicio Final, de todos aquellos que tienen más autoridad que usted… y cuando hayan pasado esos tres días usted quedará pasmado ante el reguero de novedosos y asombrosos pensamientos que han brotado en su mente.

No parece mala práctica. Para ver las opiniones de Vila-Matas, aquí. Para profundizar un poco más en la cuestión del psicoanálisis, acá. Y probad a escribir durante tres días sucesivos en esas condiciones, a ver qué sale.